Felicidad, la otra libertad

Domingo 08 de Marzo de 2020

Felicidad, la otra libertad (Dia 465)

Hoy vi la primera mariposa del año. Ya viene de nuevo la primavera. Su intenso color naranja contrastado con el negro de las manchas en sus alas me invadió de felicidad. Mientras caminaba por el desgastado patio bañado en concreto barato ella volaba junto a mí dejándose llevar por el viento suave a un ritmo similar. Fue elevándose poco a poco para traspasar el muro que detenía mi camino y probablemente no volver a encontrarnos nunca, desaparecer en la inmensidad del espacio y aunque mi cuerpo no seguía su viaje mi alma siguió volando con ella un poco más y me sentí libre de nuevo, inexplicablemente feliz.

La felicidad me ha acompañado gran parte de este viaje. Muchas veces me pregunto: ¿Cómo puedo estar feliz después de 15 meses aquí encerrado sin haber cometido delito alguno gracias a la falsa acusación de un policía, a la falta de investigación de una instrucción, a la inexperiencia de un abogado que quiso aprender con mi caso, a la deshonestidad de otro que inventó historias por cinco meses? Ya he pasado por el desgaste de la impotencia, la rabia y el odio. Todo esto sigue quedando plasmado en papeles y melodías. Me he liberado y me sigo liberando de la ignorancia de mi oscuridad y mis demonios.

Puede ser también que esta felicidad viene porque viajo a través de una nueva lengua, o porque meses de acciones comienzan a dar sus frutos, o por la belleza de mi familia y la esperanza de abrazarlos pronto, o por un libro más que ha tocado mi corazón, o sencillamente porque aquella pequeña mariposa me muestra una vez más lo que es la libertad estando privado de ella. Si, quizás es una gran razón para esta felicidad. Reconocer todas aquellas prisiones que me han condicionado desde la infancia, transmitidas por mis padres, los maestros, las escuelas, los amigos, las personas y la vida. Nunca hubiese reconocido este tipo de libertad sin haber estado aquí en estas condiciones. Con el sabor amargo de la injusticia en cada gota de agua pero con la certeza de ser la música viajando siempre sin espacio ni tiempo, la música que ha tenido lugar para consolar los afligidos corazones y para iluminar las desgastadas almas que la paupérrima institución penitenciaria preventiva española machaca cada día.

Agradezco profundamente al universo el gran regalo de la felicidad cada mañana por el cielo azul, el cantar de los pájaros, el olor a tierra húmeda o por la sencilla rutina que espera por mí, rutina que me mantiene vivo y contagia esa felicidad de más felicidad, crece el amor; cuando termino otra historia, cuando viene una canción, cuando aprendo otra palabra, cuando me habla un libro, cuando escucho por el teléfono “papá”, cuando transmito lo que he aprendido, incluso cuando soy observado, juzgado o señalado, sabiendo que siempre lo que es desconocido es criticado y lo que no se deja condicionar es atacado. Finalmente todos queremos perder el miedo a la multitud y sus comentarios, perder todos los miedos que han sido cultivados en lo más profundo de nuestra mente, encontrar el fuego que nos muestra el camino del corazón, el viento que disipa aquel temor que nos persuade, aquella voz interior que nos enseña que nosotros somos los únicos capaces de liberar nuestra mente.

Aquí todos soñamos con la libertad, la libertad fuera de estas rejas. Pero la libertad de la consciencia está olvidada. Solo el autoconocimiento y el amor independiente del concepto de una multitud social y mecánicamente condicionada nos podría permitir explorar con mayor profundidad el majestuoso significado de la libertad.